lunes, 26 de octubre de 2009

LAS DECISIONES VOCACIONALES REQUIEREN EXTREMO AMOR


Por: Jorge Daniel Navarro
(Seminarista de Teología)

La experiencia humana acerca de las decisiones básicas de la vida del hombre a lo largo de la historia puede parecer traumática, sin embargo, cuando estas decisiones nacen a partir de una opción libre y atravesada de amor genuino siempre ha florecido como lo mejor que ha podido ser y hacer el ser humano. Nuestro presente exige claridad en todo, lo cual no es una gran novedad, pero este mundo en el que vivimos a veces deja estelas de duda sobre las aspiraciones más profundas y nobles, y por ello verdaderamente humanas y hacedoras del bien y la vida. De aquí que nos enfrentemos a una fuerte barrera de confusión que hace excesivamente densa, dolorosa y hasta digna de ser evitada, la hora de la elección que cimentará la vida de una persona, que se constituirá en el horizonte de su existencia. Nótese que no niego ni el dolor ni la densidad característicos de esta natural situación humana ¿Qué debo ser? ¿Qué quiero ser? Son las preguntas que resuenan en el corazón de quien está en el momento de jugarse por ser algo que lo realice como ser humano. ¿Quién puede decirme lo que debo ser? ¿Quién ofrece un método para no equivocarse en la elección? El deseo de no equivocarse para no lamentarse luego, es una buena herramienta para no ser temerario sino más bien cauto. Pero la realidad es que hoy paraliza a quien debe decidir dejándolo estático y mediocre privando al mundo de todo lo que puede entregar alguien que supera la mediocridad y se juega por lo que entiende sublime, misión propia y como un medio para hacer un gran bien a todos ¡Para que todos también puedan realizarse!

Nadie quiere equivocarse para no frustrarse. Este principio dejado solo no alcanza a llenar el corazón del hombre ansioso por ser feliz. Nadie quiere equivocarse pero a la vez todos debemos jugarnos enteros por algo para no frustrarnos y vernos felizmente realizados. Así debe ser mirada la vida para poder ser gastada en lo que realmente interesa y enriquece. No es un juego de azar, es una decisión libre y llena de esperanza que debe encontrar su punto de apoyo primero en una experiencia típica de cualquier hombre: la experiencia del amor. Sin amor no hay necesidad humana que nos atraiga a una elección ni aspiración que pueda terminar dando frutos excelentes de realización propia y de la sociedad.

¿Qué debo ser? ¿Qué debo hacer? ¿Dónde está el camino que debo seguir? Miramos el futuro con un gran deseo pero no vemos el presente como el gran signo de encontrar el inicio de ese futuro. Podemos distinguir todo el esfuerzo que exige llegar a ser lo que me hará feliz pero no distinguimos en el presente el motivo que me zambulla a realizar ese mismo esfuerzo.

La fe en el Dios que ama a los hombres con ternura es la luz que nos dona el Altísimo para encontrar el rumbo tan querido por todos y por cada uno de los hombres. Conocer al Dios vivo es haber “tocado” su amor de manera vital. Y quien ha visto el Amor de Dios obrando en su vida se encuentra con el principio de lo que debe ser y hacer. Así les pasó a todos los santos, mujeres y hombres felices y fecundos por haber conocido y confiado en el Amor de Dios capaz de dar todo por los hombres con tal de que sean felices.

Tal vez el rico que no pudo dejarlo todo para seguir a Jesús (Mc 10,17ss), no se percató de la doble respuesta del Señor cuando le dijo que los mandamientos eran para él cosa cumplida desde su juventud.

Esta doble respuesta del Maestro fue su mirada de amor y sus palabras “deja todo y luego sígueme”. Allí están patentes las dos experiencias que el hombre debe hacer en su vida para poder elegir lo que debe ser y hacer para sí mismo y para los demás. La mirada con cariño de Jesús nos enseña que todo hombre debe primero sentirse y saberse amado de verdad por el Dios del amor, para poder resolver su vida en una respuesta generosa a la propuesta divina. El hombre rico sólo percibió la propuesta de Jesús “vende todo y dáselo a los pobres y luego ven y sígueme”, no alcanzó a distinguir la mirada de amor puesta por el Salvador de manera previa y simultánea y dirigida especialmente a este hombre lleno de riquezas. Por eso juzgó que el esfuerzo no valía la pena, por eso vio que venderlo todo era quedarse sin nada y así evitó el esfuerzo y el dolor que produce una elección fundamental en la vida de cualquier ser humano. Eligió continuar sin animarse a poner todo en juego, sin tocar el extremo al que llegan aquellos que se reconocen amados por Dios y que se atreven a amar de esa misma manera ¿Qué ocurrió en este enriquecido hombre como para no dejarse iluminar por la manifestación de amor que el mismo Cristo le hacía? No pudo dar con el verdadero Dios porque su corazón no se dejó empapar por el corazón de Jesús. Ante el esfuerzo, entristeció y desistió puesto que no veía el motivo para dejarlo todo (su comodidad, su seguridad, sus bienes e incluso sus aspiraciones más profundas y lícitas) No pudo amar hasta el extremo de donarse todo él mismo porque no se dio cuenta del amor extremo de Jesús por él. De allí que no pudo confiar en aquel que le proponía dejar todo y seguirlo como nuevo horizonte de vida y el modo de encontrar pleno sentido a su existencia.

Si hubiera visto los ojos de Jesús llenos de amor por él se habría visto ante un horizonte de fe lleno de esperanza y así hubiera podido entregar todo y esperar serenamente a ver qué más le decía el Señor. Jesús mismo muestra la esperanza del que es capaz de gastarse entero por lo que Dios quiere de él, al decir que al que deja todo se le devolverá el ciento por uno aquí en esta vida más la vida eterna. Pero el hombre no vio el amor de Jesús y así no pudo confiar y menos mirar la vida y la abnegación que exige la toma de una decisión tan importante, en clave de esperanza.

Los hombres que hoy circulan por el mundo también necesitan esa experiencia de amor de Dios que sana e impulsa con santidad a ser y hacer lo que el proyecto del Creador disponga ¿Cómo no confiar en alguien que nos ama hasta el extremo? ¿Cómo no amar hasta el extremo de confiarme entero al Señor luego de haber “tocado” su amor?

¿Qué ha hecho el amor para ser tan despreciado por tanta gente que necesita precisamente amor? ¿Por qué el amor en tantos lugares es tratado como basura y despreciado como si dañara? Confundidos, no podemos caminar por el camino adecuado. Heridos sin buscar la cura en el infinito y extremo amor del Señor, no podremos reconocer la propuesta llena de vida fecunda que nos trae Dios a cada uno de nosotros. No se trata de ser héroes que pueden contra toda adversidad sino santos que lo pueden todo en aquel que conforta. Por eso, cuando se cree en un Dios que ama con ternura y locura hasta el punto de darse entero y sin medidas con tal de salvar y recuperar a los hombres, entonces llegan al corazón humano los susurros de Dios inspirando, guiando la vida. Y el hombre amado por Dios se pone en camino, confiado y en paz. Amando sin medidas, entregando todo por el proyecto de Dios serenamente. Creyendo y esperanzado. En santidad.

Agradezco al seminarista que me iluminó con su reflexión sobre la mirada de amor de Jesús en el retiro de seminaristas realizado entre los días nueve y doce de octubre de dos mil nueve en la casa de retiro Juan XXIII.