miércoles, 25 de febrero de 2009

EL PADRE MISERICORDIOSO

COMENTARIO A LA PARÁBLA DESDE UNA PERSPECTIVA PSICOLOGICA

Por DIEGO ORLANDO FLORES


Lc. 15,11-32

En todo pasaje bíblico que se ha de tomar, para su meditación espiritual e intelectual, se ha de tener siempre en cuenta un dato muy importante, a modo de método para una mejor comprensión del mismo, y este es: el descubrir el tema central sobre la cual gira toda la enseñanza, para que de tal forma se llegue a una profunda y acertada lectura y escucha de lo que El Maestro nos quiere enseñar. De este modo, nuestra actitud recíproca de oración con el Señor, será íntegra y sólida.
Esta parábola, que el Señor nos comparte, gira en torno a un único y profundo tema, al modo de un eje; y este es el de la "misericordia de Dios" para con nosotros, sus hijos (en comparación del padre para con sus dos hijos).
Se podría dar muchas definiciones acerca del concepto "misericordia", pero solo vamos a tomar una referencia, que la dio el doctor angélico, St. Tomás de Aquino. Dirá él que: " La palabra misericordia significa, efectivamente, tener el corazón compasivo por la miseria de otro ... Ahora bien, lo que nos entristece y hace sufrir es el mal que nos afecta a nosotros mismos, y en tanto nos entristecemos y sufrimos por la miseria ajena en cuanto la consideramos como nuestra".1
Tomo esta definición por el hecho de que solo un padre puede sentir tal tristeza y sufrimiento por el hijo que se le pierde, y al cual siempre le espera. (Por ello Jesús utiliza la palabra: compadeció). Así también la palabra "misericordia" está compuesta por: miseria, y corazón (en latín: miseri-cor), lo cual quiere decir que ante la miseria humana, le sigue el corazón de Dios para perdonar. Esto pone también de manifiesto la grandiosidad del Maestro al querer ilustrar a su pueblo con ejemplos claros, sencillos y sobre todo, reales.
Pero he aquí, que lo que se presenta como interesante y novedoso para comprender, es que no puede haber misericordia si no hay presencia manifiesta del mal en nuestro entorno, en el mundo en que vivimos.
La segunda mentira más grande que el hombre puede inferir es la de decir que "el mal no existe". Sería de ingenuo el de jactarse de vivir como si el mal no existiera, ó que fuera solo un evento pasajero que no afecta la integridad de mi persona. Es imposible ignorar el mal. Como bien lo dice A. Cencini: "... el mal forma parte de nosotros. Y porque lo es de este modo y no de otro, lo vivimos diariamente, en cualquiera de los estratos de la vida cotidiana, ya sea en lo “fisiológico, o en lo psicológico, o bien en lo moral, en donde se instala el mal por excelencia, a saber, el pecado"2. Pero es justamente aquí, en donde se hace presente el Padre Dios, ese Dios que constantemente auxilia a sus hijos que no dejan de caer. Y porque no dejamos de pecar, "Dios (es) = Misericordia", es decir el perdón-amor que fluye de continuo en nuestro interior vivir.



Habiendo planteado, a modo de introducción, la realidad del mal, es como pasaremos a comprobar ahora, desde una perspectiva psicológica, el cómo y el porqué de "la presencia de la gracia de Dios ante la experiencia del pecado en el hombre, sin violentar nunca la libertad de éste, y buscando en nosotros la apertura dócil de dejamos reconciliar con Él" (Dios). Para ello nos vamos a centrar en un personaje de esta parábola, a saber, la del "hijo mayor".
Nos cuenta Jesús que el hijo mayor no estaba presente cuando su hermano menor regresó y fue recibido por su padre. Al escuchar éste lo que le dijo el sirviente (acerca de la vuelta de su hermano y su posterior recibimiento), refirió tales palabras: "se enojó y no quiso entrar", y ante el ruego de su padre para que éste compartiera la alegría de haber recuperado a su hermano, el hijo mayor le recrimina su actitud y se justifica argumentando el haber sido justo durante todo su vida para con él (padre). Y he aquí el verdadero y angustiante problema que acusa a todo ser humano, a saber, el de no reconocerse como un pecador.

Al comienzo decíamos que convivimos con el mal, quizás de una manera extraña; y lo es así (cuando no tendría que serlo) por el hecho de que "cuando nos sentimos atraídos por el mal, tentados a cometer un pecado (cualquiera sea su índole), muchas veces, y hasta de manera inconsciente, no queremos reconocemos como débiles y limitados que somos; sutilmente hacemos uso de mil artimañas para no reconocer nuestras inclinaciones a caer en el pecado"3; lo percibimos (y esto con mucha claridad) y nos damos cuenta, pero, como si fuera una espina incrustada en nuestra frente (al cual todos de algún modo también lo perciben), nos la queremos quitar de encima, a esa impresión de haber cometido un error, como si nos fuera a deshonrar (aquí es donde se manifiesta la exaltación del orgullo personal, tratado en otra ocasión). Y porque no queremos ver, actuamos en el disimulo, y caemos siempre en el "fallo de identificar este acto (reacción) con una ilusión de creer que estamos en un camino progresivo y correcto de santidad."4 Pero he aquí, que esta pretensión ilusoria, tiene graves consecuencias.
Por este equívoco, es como se llega a reducirlo a su mínima expresión, como si solo fuera un acto involuntario. Tal justificación soberbia ("... soberbio es el que nada sabe... "), nos lleva a poder tomar dos posturas futuras: la primera es la de "declaramos pecadores, si, pero no lo hacemos en su totalidad, es decir con un sincero arrepentimiento de corazón y de mente. La otra es también en instancia primera el de sentirnos que hemos pecado, pero tal sentimiento (y como todo sentimiento que puede llevar a los extremos) nos hace sentirnos inútiles, incapaces de reaccionar, y por ende, el pecado termina por aplastamos con todo su peso descomunal. Es verdad que nos sentimos pecadores, pero lo hacemos con una profunda desilusión y frustración, que nos lleva a una depresión y nos desagrada sobre manera que otros sean mejores que nosotros"5. Y es esta última actitud con la cual se identificará el hijo mayor de la parábola.

El hijo mayor dijo: “... hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes". El no haber "desobedecido jamás", significa lo que se dijo en un principio, a saber, el de no sentirse pecador, el no reconocer y aceptar su tendencia a caer en el pecado. Decía un psicólogo que "muchas de nuestras tristezas, desalientos y pesimismos, se deben a un bajo índice de integración del mal". El "jamás desobedecí" del hijo mayor, es una mentira en el hombre; solo Jesucristo pudo llevar a cumplimiento esto.
Aquí el hijo mayor, sólo buscó proteger su estima personal (objetivo de los mecanismos de defensa psicológicos), aunque lo único que consiguió, como vemos en la parábola, es la de no responder a su persona (yo) con la sinceridad (sinceridad que es no es otra cosa aquí que una gracia de Dios). Y porque no fue sincero consigo mismo, tampoco lo pudo ser con su padre, a quien le miente. De ahí su posterior argumento, a saber, la de dejarse llevar por la fantasía de crear en uno la ilusión de ser justos, pero que en realidad, "lo priva de la experiencia más rica y apasionante que tuvo a su alcance, que es la misericordia de su padre” (Dios)6. Por eso Jesús no cierra allí el discurso, sino que concluye con las palabras del padre: ''Hijo mío,..”, para remarcar que Dios hasta el último instante de nuestro vivir, de nuestro arrepentimiento, nos obsequia el gran don de su corazón misericordioso (siendo el purgatorio la ultima gracia que Dios le concede al hombre para arrepentirse. Tema a ver en una posterior ocasión).

Cuando el mal, del cual no podemos ignorar, nos molesta y nos obstaculiza el camino de santidad, tiene mucho sentido integrarlo a nuestra vida (como lo hizo el hijo menor), que lo reconoció y lo aceptó; y porque lo aceptó, se supo perdonar. El perdonarse significa apertura de corazón, y solo en esa instancia es que se puede recibir el perdón de los demás (si me siento perdonado, desde Dios y conmigo mismo, solo recién puedo perdonar a los demás). Y porque el hijo pródigo se supo perdonar, preparó su discurso sincero de arrepentimiento; lo hizo porque identificó con precisión su error; por ello dijo: "Padre, ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros" (aquí el "no ser llamado hijo tuyo", refiere a todos los pecados que el hombre puede cometer, es sus distintos aspectos: soberbia, envidia, orgullo, etc.).
Tal humillación se percibe, sólo cuando formamos en nosotros una "conciencia de pecado", que es muy distinto a un "sentimiento de pecado" del cual hemos de purificamos.

Finalmente, al sentirnos perdonados con nosotros, es donde entra en acción el amor de Dios, que hace posible que "el mal se transforme-transfigure, y así ocurre el gran milagro en el mundo, a saber, en donde el mal se convierte en ocasión de bien"7 (por eso la consecuencia inmediata de perdonar a los demás). Sólo en esta instancia se manifiesta el poder del amor de Dios. Y por eso que el hijo menor volvió, y su padre lo recibió.
Alguien dijo alguna vez que el hombre nunca es más grande que cuando se reconoce y acepta su pecado. Manifestación clara de esta expresión, fueron y siguen siendo aquellos hombres y mujeres que, honrados con los altares, son ejemplos de vida para nosotros. Cuantos más santos eran, mas pecadores se sentían. Esto sigue una lógica: así cuanto más uno se acerca al espejo, más imperfecto se percibe; del mismo modo ocurre en el santo, cuanto más se acerca a Dios, mas imperfecto se siente, a saber, ante la perfección divina. Hasta el mismo Pedro (apóstol), quién negó en varias ocasiones a su Señor, es, sin embargo, la piedra sobre la que se asienta la Iglesia. Pero no es cualquier piedra (en la cual no penetra el agua), sino que lo es en toda su humanidad pecadora, pero empapada de la misericordia de Dios.
Solo a Dios se le pudo haber ocurrido enviar a su Hijo a la tierra, no para los sanos, sino para los enfermos.


Referencia bibliográfica:

* SAN ISIDORO DE SEVILLA, "Etimología"
1._ SANTO TOMAS DE AQUINO, "Summa Theolgiae, II-II, q. 30, art. 1.
2._ A. CENCINI, Vivere reconciliatI.
3 al 7, Ibid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes dejar tu comentario aqui, si deseas...