sábado, 8 de noviembre de 2008

"Fé y Razón" (Filosofía)

Síntesis histórica (extracto)

Por Diego Orlando Flores

Con todo lo que significa hacer un repaso desde la historia acerca de la relación “preexistente – existente – inexistente” de los saberes de teología, filosofía y la ciencia, es muy difícil hacer una breve síntesis en el cual abarque todo el proceso que recorrió este acontecimiento, imprescindible para conocerlo, pero inacabado en entenderlo. Muchos son los factores que contribuyeron al mismo y casi ninguno de poca importancia para tan grande tarea apostólica. Sin embargo, tratare de resaltar algunos momentos que fueron decisivos en la contribución de la relación-integración entre estos saberes, como así también en la penosa desintegración de los mismos.
El acontecimiento primero y originario que llevo a tal acercamiento de los saberes fue el hecho histórico del Cristianismo, cuyo deber y fin que le fue encomendado, era la evangelización a todos los hombres. Tal mandato es lo que llevo a un acercamiento del saber de la fe (todavía no era teológico) a la filosofía pagana o de los griegos. Son dos saberes que entran en contacto (la razón y la fe). Cabe aclarar ya que en el mundo helenístico coexistían varias ciencias que integraban el conjunto donde entraba la filosofía. De ahí que, ya se daba inicialmente la integración entre estos tres saberes (Teología, Filosofía y Ciencia).
Ante tal suceso histórico, se busco la relación que pudieran presentar estas dos líneas de pensamiento, desde luego como iniciativa del cristianismo que estaba llamada a conciliar a todos los hombres, y en todos sus aspectos (intelectual).
Por tal cometido, surgieron varias posturas, entre ellas estaba el Racionalismo (Marción, Cerinto), el Fideísmo (Tertuliano), y la Conciliación, que es en donde se integro tales saberes. Este último se dio con la presencia de los Padres de la Iglesia, donde muchos de ellos optaron por incluir la filosofía platónica en sus escritos, y que en la mayoría eran escritos teológicos, y dentro del mismo se encontraba la filosofía para fundamentar sus razones (de ahí que no puede haber teología, si primero no hay filosofía). Una genial tarea de estos ilustres pensadores.
Entre estos intelectuales, tanto los padres apostólicos, y sobre todo los padres apologistas, podemos nombrar a S. Justino, Clemente de Alejandría, y como mención especial entre los padres capadocios, se hallaba la presencia de Dionisio Areopagita y el gran Doctor occidental S. Agustín. En él, Dice J.P.II, “…, además, la gran unidad del saber que encontraba su fundamento en el pensamiento bíblico, fue confirmada y sostenida por la profundidad del pensamiento especulativo”1. Esta etapa patrística, fue el gran paso que dio el hombre por armonizar lo que es propio de él (fe y razón).
Luego de la invasión de los Barbaros, como estos no sabían ni leer ni escribir, aparecieron las famosas “escuelas” que funda Alcuino en el s. VII, para subsanar tal problema cultural. En este periodo se sigue enseñando la teología, a la cual se le suman el auge de las artes liberales (Trívium, Quadrívium). Todo esto en armonía, aunque ya se iba asomándose en el horizonte (s. VIII) el fenómeno cultural del Islam, donde con la expansión del mismo, los árabes llegan a conocer las obras de Aristóteles.
En la alta edad media, en donde se da el apogeo de la escolástica, ocurre un suceso de gran envergadura como lo es la aparición de la Universidades (s. XII) que ya antes se estaban formando, pero que en este tiempo y sobre todo con la Universidad de Paris, se produce “el ingreso de la llamada filosofía pagana, produciéndose un importante conflicto”2.
En este ambiente, y dentro del seno universitario, comenzó a percibirse dos posturas que se iban cada vez separando; estas eran la postura tradicionalista que no quería ver como acertado la integración del conocimiento aristotélico al ámbito de la fe, cosa que si pretendía hacerlo la otra postura que eran los simpatizantes del filosofo griego. Esto produjo una división en facultades de Artes y Teología, luego de varios intentos de articulación y su posterior y definitiva separación con la “Teoría de la doble verdad”.
Ante esta realidad nueva y urgente, aparece en gran teólogo como lo fue S. Alberto Magno, quien hizo nuevo y urgente el estudio de Aristóteles, y quien de algún modo ya se anticipaba a lo que su eximio alumno St. Tomas de Aquino iba a concluir, cuando este decía que “la verdad, la diga quien la diga, pertenece al Espíritu Santo”. El Doctor angélico fue quien logro “la articulación integral de todo el saber hasta entonces desarrollado”3. Esto mismo lo hizo desde la convicción de reconocer no solo el carácter sobrenatural de la fe, sino también su carácter racional.
Sin embargo, más allá de que fue un logro en el campo epistemológico-teórico, no lo fue así en el ámbito institucional, porque no se dio una aceptación total del mismo. Y precisamente aquí es donde se percibe la desvinculación de la teología, la filosofía y de las ciencias, donde éstas últimas, se iban parcelándose cada vez más por su distinción en cuanto al objeto de estudio que definían.
Esta etapa de la baja edad media, fue la ruptura nefasta entre los saberes, debido a él desproporcionado racionalismo de algunos especulativos. Precisamente fue el filósofo I. Kant quien hará conclusión de esta tragedia al decir que en el Medioevo no brillo la luz de la razón. En esa etapa media todo era “sometimiento”.
En la Modernidad, el hombre (persona) de la edad media, pasa a ser sujeto de todo, y con esto, fuente de todo conocimiento, de donde se van a derivar todos los entes del mundo. (Pasábamos así del Cosmos a Dios, y de este al sujeto); mas aun se daba así la disgregación de los saberes. Con mucha razón dirá J.P. II en su carta encíclica “Fides et Ratio” que “la filosofía… de sabiduría y saber universal, se ha ido reduciendo progresivamente a una de tantas parcelas del saber humano”. E incluso y lo peor aun es que, si antes cada una estaba dirigida a la contemplación y búsqueda de la verdad, ahora “están orientadas, como razón instrumental, al servicio de fines utilitaristas, de placer o de poder”4.
Esto último se da sobre todo en la época posmoderna, en donde se da una nueva imagen del hombre, y con él, también el del saber; porque si bien es cierto que la razón es algo esencial al hombre, sin embargo no es todo el hombre; pero se enfatiza, por esto mismo, otro aspecto del hombre, como lo es la afectividad, cuyo lema cargado de ingenuidad dirá que: es importante experimentar de todo un poco. Y por ello es que se llega al relativismo del saber del hombre. Ya no hay principios, sino solo opiniones. Se vive en la defundamentacion. Se busca lo efímero; la estética reemplaza a la ética. Es una época profundamente individualista, como también lo es el saber.
Ante todo lo dicho, no hay que perder la esperanza, por tal panorama desalentador. Todo lo contrario; si bien es cierto que “se constata una progresiva separación entre la fe y la razón filosófica”, es importante evangelizar desde las palabras de J.P.II, al decir éste que hoy en día “aparecen a veces gérmenes preciosos de pensamiento que, profundizados y desarrollados con rectitud de mente y de corazón, pueden ayudar a descubrir el camino de la verdad”5. A nosotros solo nos queda la tarea de descubrir, actuar y ayudar a la sociedad a que se encuentre con lo único que la hará libre = la Verdad.


Bibliografía:

1: JUAN PABLO II, Fides et Ratio, San Pablo, Bs. As., 1998, Capítulo: IV
2, 3: JULIO RAÚL MÉNDEZ, Introducción a la Vida Universitaria, Cap. IV.
4, 5: JUAN PABLO II, Fides et Ratio, San Pablo, Bs. As., 1998, Capítulo: IV
* GERMÁN JIMENEZ, Introducción a la filosofía, apuntes de clase (UNSa), 2007

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