viernes, 8 de enero de 2010

LA TELEVISION: NI ANGEL NI DEMONIO


Autor: Sandra Blanch Vidal
Fuente: ideasclaras@ffastur.eu
Foto: www.asusta2-com.ar

“Nada más llegar a casa ya empieza mi programa favorito. Mientras meriendo, podré verlo pero luego me mandarán a hacer los deberes. Les diré que tengo muy pocos, así termino rápido y veo los últimos episodios de los dibujos. Después, con un poco de suerte, estarán ocupados con sus cosas o haciendo la cena y no me llamarán la atención más que de pasada para que apague la tele. Después de cenar, me encantaría ver el capítulo de hoy de la serie de extraterrestres porque si no, mañana, no podré comentarlo con todos mis amigos. A ver como me las apaño para convencerles que me dejen un rato más”…

¿Por qué ven tanta televisión los niños?

A este aparato que preside nuestras salas de estar y cuyo uso no requiere esfuerzos físicos ni intelectuales, el promedio de los niños le destinan una media de más de 3 horas diarias y un 18% de ellos lo consideran la mejor opción de ocio. ¿Qué esperan u obtienen de ella para consagrarle tanta atención?

Los niños recurren a la televisión para satisfacer sus necesidades de distracción, reducir las tensiones y como medio de información. Pero sobre todo, los niños no buscan otras maneras de satisfacer estas mismas necesidades porque la televisión les es impuesta por el medio, porque no les queda otro remedio que convivir con ella. Está muy presente en el hogar, es tema recurrente de conversación con los amigos, y demasiadas veces es la única "niñera" o "compañía" que tienen. En la sociedad actual, el ver la televisión adquiere casi condición de hábito porque es una actividad que, en muchas ocasiones gracias a los mayores, está presente a cada instante de la vida familiar.

¿Qué efectos tiene la televisión en los niños? 

La televisión no es ni mucho menos, un aparato indeseable que debamos desterrar de nuestras vidas, pero debemos ser conscientes que la calidad de la programación se ha visto muy afectada por la carrera cada vez más despiadada de todas las cadenas para captar audiencia.

La televisión como un medio de entretener, divertir y sorprender le está ganando la partida, y con mucha ventaja, a la televisión como medio educativo o informativo. En los niños, sus efectos pueden ser muy negativos ya que todavía no han desarrollado un espíritu crítico y están absolutamente abiertos a todo conocimiento que les venga de fuera.

Son cada vez más los programas carentes de interés, sin ningún valor para el espectador y lo que es peor, transmisores de valores y conductas con las que en absoluto comulgamos sexismo, violencia, etc. Ofrecen modelos simbólicos relacionales entre personas, hacia las cosas materiales y hacia los valores que juegan un papel fundamental en el desarrollo emocional del niño, en la conformación de su conducta y en el de sus intereses y motivaciones. Estos modelos simbólicos no tienen porque ser siempre negativos pero numerosos estudios alertan que el alto contenido de violencia manifiesta o subliminal y de otros valores negativos en los programas contribuye a generar actitudes agresivas y a favorecer el descenso en la sensibilidad ante la violencia o la desgracia de niños y adolescentes.

Por otra parte, la publicidad, indisociable del simple hecho de ver la tele, vampiriza sobre todo a niños y adolescentes. Estos constituyen un objetivo mucho más vulnerable que los adultos porque muy a menudo engullen sus engañosos mensajes sin plantearse demasiadas cuestiones. La publicidad, que proyecta en sus inconscientes estereotipos sobre diversos aspectos socioculturales y que les da informaciones erróneas, acaba por imponerles falsas necesidades materiales o vitales y crearles ansiedades y frustraciones.

¿Qué debemos hacer los padres?

Autoridades e instituciones no han reaccionado con contundencia para poner fin a estos fenómenos que, por otra parte, son uno de los principales causantes del alto índice de "analfabetismo funcional" el que padecen aquellos que técnicamente saben leer y escribir pero que por falta de uso y costumbre, no saben aprovechar estos conocimientos. Somos nosotros los padres quiénes debemos supervisar qué uso hacen nuestros hijos de la televisión: limitar el tiempo que le dedican, seleccionar con sumo cuidado los programas que ven, y enseñarles a tener una actitud crítica frente a los contenidos de los programas.

Limitar el tiempo de televisión

Algunos pedagogos sugieren la cifra de diez horas semanales de televisión, como el máximo recomendable para nuestros hijos. Es muy razonable aunque pensamos que sois vosotros los más adecuados para reducir esta cifra, o bien ampliarla lo justo y siempre en función de la cantidad de tiempo libre que tenga vuestro hijo. Procurad que la televisión sea un pasatiempo más, no el único pasatiempo.

Si a vuestro hijo le encanta leer y jugar, no debe preocuparos demasiado que también le fascine la tele. En cambio, intentad restringir al máximo su visión y motivarle con otras cosas si sucede lo contrario.

Preguntémonos también qué ejemplo les estamos dando si en nuestra casa la televisión permanece enchufada durante horas y horas. Es muy habitual en algunos hogares que, incluso en los fines de semana, la tele esté encendida desde primera hora de la mañana. Incluso en las comidas, muy a menudo, la tele funciona sin que nadie le preste verdadera atención y entorpeciendo la charla familiar.

Enseñémosles a vivir sin ese ruido de fondo, evitemos que la televisión se convierta en un elemento central de la vida cotidiana en casa. Démosle importancia cuando un programa concreto nos interese, pero no como banda sonora y visual de nuestro día a día.

Tampoco debemos caer en la tentación de convertirla en un improvisado y efectivo "canguro" de nuestros hijos. Si no podemos ocuparnos de ellos durante algún rato porque tenemos trabajo, seguro que encontraremos actividades mucho más constructivas e interesantes para ellos que dejarlos delante de la tele. Seleccionemos los programas que ven

No todo programa infantil es bueno

Es de dominio más que público que la "programación infantil" se emite en una franja horaria muy concreta y que, fuera de esa franja, todo lo que se emite son programas dirigidos a personas adultas. Sin embargo, eso no nos exime de cierto control ya que no toda la programación infantil es deseable o educativa. Hemos apreciado cómo los programas destinados a niños caían a veces en el error de gustar a cualquier precio. Ese precio puede ser alto: el renunciar completamente a un objetivo pedagógico, el olvidar los valores a transmitir y el caer en un humor grosero, desagradable y muy poco apropiado para niños.

Por otra parte, en la franja de horario de los adultos, podemos a veces, encontrar programas muy susceptibles de gustarles y con un alto contenido educativo: documentales, películas que ya conocemos…
Acordémonos también del invento del vídeo. Estemos atentos para grabarles emisiones que valgan la pena y que puedan ver en momentos en los que la programación no ofrece nada conveniente.

Desarrollemos su espíritu crítico 

La televisión muestra, reproduce y vende unos sistemas de valores que en pocas ocasiones se ajustarán a los que nosotros propugnamos. Ahí tenemos los padres un papel fundamental. No podemos obligarles a volverse de espaldas a la televisión por "aparato subversivo", pero sí podemos intentar que sean televidentes críticos y conscientes de lo que les está ofreciendo esa "caja mágica". Si les enseñamos desde un buen principio que no todo lo que vemos por la tele es realidad, si les explicamos por qué la información que nos brinda es siempre parcial, si nos sentamos con ellos a ver la tele y comentamos los contenidos de los programas, les ayudaremos a convertirse en telespectadores activos, capaces de cuestionar o de opinar sobre los mensajes recibidos.

Hagamos pues un uso racional de la televisión. Aprovechemos sus incontables ventajas pero tomemos conciencia de los efectos que puede tener sobre todo en niños y adolescentes. Evitemos que se convierta en un animal de tentáculos que les capture, hipnotice y anule sus demás intereses y su capacidad crítica. ¡Está en nuestras manos!

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